Carta abierta al ministro Wert y a la consejera
Figar
Después de más de treinta y cinco
años trabajando como profesor en la enseñanza pública, hoy he dado la última
clase. Me jubilo. No tenía pensado hacerlo, pero me obligan las circunstancias,
por llamarlas así. Podría decir que Vds. tienen la culpa, pero tal vez sería demasiado
simple y además encontrarían muchas razones para exculparse, ya que no entienden
nada de lo que pasa en el mundo de la educación. Son Vds. los que someten a la
enseñanza pública a un progresivo deterioro y a sus profesionales a adoptar actitudes
de defensa que no tendrían sentido en un país que creyera que en la educación
está el futuro de sus ciudadanos, que no clientes.
Hoy
he dado la última clase y ya echo de menos a mis alumnos y a mis compañeros.
Entre las oportunidades que encontré al iniciar mi vida laboral escogí la que
estaba más cerca de mis deseos y mis sueños de joven con ilusiones. Encontré un
mundo en el que la cooperación, el trabajar codo con codo suponía mayores
satisfacciones que la competencia a codazos. Confieso que nunca he deseado ser
competitivo, sino competente, no he pretendido ser el mejor, sino mejor, para
lograr lo que en el fondo todo el mundo busca por encima de recompensas pecuniarias
o de prestigiosos reconocimientos, la felicidad del día a día que se debe a
poder hacer lo que realmente nos satisface, nos gusta, nos hace sentir útiles e
importantes. No me avergüenzo de haber sido profesor ni funcionario público, al
contrario, estoy muy orgulloso. Este orgullo, Sra. Figar, no se debe a los privilegios de
los que hablaba uno de sus compañeros de gobierno. Hace un
año, cuando Vd. provocó el mayor recorte que ha sufrido la enseñanza pública
madrileña, el Sr. Beteta dijo que se trataba de “acabar con privilegios” (está en el archivo
radiofónico), que trabajábamos poco, que debíamos aceptar el recorte en
beneficio de los demás, etc. Vds. no entienden nada.
El
mayor privilegio de un profesor es comunicar con sus alumnos, ofrecerles la
cultura que ha recibido, darles lo mejor de sí mismo, desempeñar con honestidad
el que realmente es el oficio más antiguo del mundo. En el lejano momento en el
que un primate le enseña algo a otro, le transmite la cultura, esa adaptación tan característica que convierte a
la especie en humana. Vds. no lo entienden así. No saben y, lo que es peor, no
pueden entender, lo que se siente cuando uno o varios alumnos continúan comentando,
una vez terminada la clase, el tema tratado porque ha excitado su interés. No
conciben la sensación que produce en un profesor la mirada curiosa de un alumno
que está pensando e intentando comprender lo que se le ha presentado, que acaba de
descubrir algo sobre sí mismo o sobre el mundo que le rodea.
Vds. solo
hablan de la “cultura del esfuerzo”: ¡cuánto más valdría que se esforzaran por la
cultura! Pero solo piensan en seleccionar alumnos para lograr eso tan raro para
mí y que llaman “excelencia”. Su excelencia me recuerda otros tiempos,
espero que definitivamente pasados. Desean seleccionar excelentes dirigentes
competitivos que logren extraer del esfuerzo de los demás ciudadanos la
rentabilidad económica necesaria para que el país sea más y más competitivo en
este mercado financiero salvaje. Pretenden preparar a los ciudadanos para el
mercado y no para la vida. No les importa más que clasificarlos por medios
selectivos y ofrecerlos al mercado para que les extraigan el mayor beneficio.
Habrá unos pocos dirigentes de alto nivel (los “excelentes”), algunos más en la
clase de los mandos medios y la mayoría será la mano de obra que será más
competitiva cuanto más esclavizada esté. Y con ese fin las entidades
económicas, que no culturales, emiten informes como el famoso PISA y los utilizan para elaborar un ranking de países en función de unos objetivos
educativos mediatizados por sus intereses. Y Vds. a su vez, emplean estos informes
para arremeter contra un sistema que, a pesar de todo, ha logrado la generación
mejor preparada de la historia de España, preparada para todo, incluido el
desempeño de las funciones relacionadas con la economía: el trabajo y la
creatividad. Muchos titulados universitarios se ven obligados a emigrar a otros
países. A Vds. no les interesan ciudadanos críticos y cultos, sino empleados
eficaces. La educación es un derecho, no una inversión. Pero eso Vds. no lo
entienden.
La desigualdad
de oportunidades comienza con el lugar y la familia en la que se nace. Es muy
difícil que los adolescentes que partieron de una considerable desventaja
social alcancen las metas más altas, ya que su punto de partida está muy lejos.
Por eso es necesario dedicar los mayores esfuerzos al equilibrio y no a la
selección.
Existen
otros objetivos que no miden las pruebas de competencias. ¿Se han planteado la
labor desempeñada por los Institutos públicos en la integración de la gran cantidad
de inmigrantes que han llegado a nuestro país? ¿Saben que más del 90% de la población
marginal está escolarizada y saliendo de la marginación, gracias al esfuerzo de
muchos profesores que resuelven día a día, casi sin ayuda y sin ningún
reconocimiento, la contradicción entre los derechos de los más integrados y los
que se han de integrar? ¿Saben lo difícil que es conseguir dar esperanza a jóvenes
que provienen de situaciones que a Vds. les horrorizarían si las conocieran?
¿Conocen la situación de las zonas periféricas de las grandes ciudades en las
que la única esperanza de los adolescentes es salir de su penuria gracias al
centro público de su barrio?
Los
institutos públicos han sido centros de cultura con profesores que abarcan
todas las áreas del saber universal. Puesto que quieren convertir a la
Universidad en lugares de formación especializada para la adquisición de
competencias en el mercado y a los centros de enseñanza secundaria en entidades
de selección de personal, ¿dónde se atenderá el derecho a la formación integral
de todos los ciudadanos? Repito, la educación es un derecho, no una inversión. Ya dijo
un poeta y profesor que “todo necio confunde valor y precio”.
En efecto los profesores somos unos privilegiados, somos más felices compartiendo que compitiendo. Pero Vds. nunca entenderán otra motivación que la competencia y la eficacia economicista y no se paran a pensar que hay seres humanos cuyos deseos y motivaciones pueden ser diferentes.
En efecto los profesores somos unos privilegiados, somos más felices compartiendo que compitiendo. Pero Vds. nunca entenderán otra motivación que la competencia y la eficacia economicista y no se paran a pensar que hay seres humanos cuyos deseos y motivaciones pueden ser diferentes.
No pensaba jubilarme si las condiciones fueran las de hace
unos años. He tenido miedo a perder el ánimo y a agotarme hasta renegar de un trabajo en
el que he sido muy feliz. No me voy por dejar a mis queridos alumnos o a mis
compañeros con los que he disfrutado del aprecio mutuo. ¿Entienden que alguien
persiga el afecto antes que el prestigio? Vds. nos desprecian continuamente y
es difícil aguantar lo que puede venir de su “competitividad”. A juzgar por sus disparatadas declaraciones, ¿acaso por ser
tan competitivos no se habrán dopado intelectualmente y necesitan una rehabilitación?
Hoy he dicho a
mis alumnos que existe la posibilidad de que les quiten el dinero o los bienes
de consumo, pero que nunca les podrán robar su conocimiento, su cultura, ni
siquiera con recortes. Les he animado a enriquecerse de saber, como auténticos
seres humanos. Les he deseado mucha suerte para conseguir trabajar o desarrollar
una tarea que les agrade y les sirva para ser más felices. Que luchen codo con
codo y no a codazos. Disfrutarán más y se verán recompensados, como yo me he
visto al comunicarme con dos generaciones de ciudadanos.
Hoy
he dado mi última clase, pero me temo que Vds. no han entendido nada.
Carlos Pulido Bordallo
Madrid, octubre de 2012